En relación a la decisión ¿Adoptar una postura activa contra la violencia? esta es una opinión de Alfredo Rubio de Castarlenas
- Alfredo Rubio de Castarlenas
- Médico, Teólogo, Filosofo, Sacerdote y Escritor
Esta es la opinión del experto
Sí. Por el bien de las personas que existen, hay que inventar modos de lucha incruentos; que no tengan que morir para salvarse. Nunca hay que querer que los amigos mueran para que el líder que queda vivo los salve de las injusticias presentes, cuando, muertos ya no pueden sentirlas.
El bien de las personas nunca pasa por la violencia.
En las naciones, tanto si van mal como bien, con pocas o muchas injusticias, en el futuro habrá gente. Gente que habrá nacido –y así se podrá alegrar de existir– gracias a que su país ha ido como ha ido, pues, si hubiera ido de otra forma, mejor o peor, las cosas, los encuentros, los amores habrían transcurrido por otras circunstancias y momentos, y existiría otra gente, en vez de ellos.
Son los presentes los que por lo tanto importan. Los que en realidad existen. Y sufren. ¡Los únicos que de verdad existen! Esos que amamos, que conocemos su timbre de voz y sabemos su olor.
Hay que luchar, sí, por el bien de los presentes. De ahí que todo lo que en aras de un futuro –incluso de un futuro hipotético suyo– los haga sufrir o los destruya, no es liberación para esos seres que existen, que son los únicos que existen y es ésta su única existencia en la tierra. Nunca su posible destrucción puede ser liberadora para ellos. La sociedad organizada se sacude luego los remordimientos levantando arcos triunfales al soldado desconocido. Si conocieran su rostro y nombre le tendrían miedo. Un soldado concreto con su sus amigos, su historia, es una acusación. Prefieren elevarlo –con excusa de homenajear a todos– a concepto abstracto. Por eso temen al cabecilla, al héroe revolucionario que ha muerto. Las masas lo resucitan. A los soldados desconocidos los dejan en sus tumbas entre llamas y banderas.
La violencia que algunos creen que, si no el mejor, es casi el único medio eficaz para proporcionar bien a los compatriotas del presente, no sólo va a producir heridos y muertos entre los que ahora dominan, sino que también –¡y muchos!– entre los que ahora sufren las injusticias. Queriendo librarles de unos males, les das otros irreparables. ¡No se arregla su existencia quitándoles la existencia! La muerte de los inocentes, ¿quién puede provocarla? El bien primero que hay que defender de los pobres y de los oprimidos, es su propia vida. Se podrán arriesgar muchas cosas, menos ésa, que quizás es el único tesoro verdadero que poseen.
Encima, los poderosos que mandan, se resguardan mejor y hasta hacen nuevos negocios con las armas que empuñan los que quieren destruirles y aquéllos que a sueldo les defienden. No son ni los guerrilleros ni los soldados precisamente quienes las fabrican. Morirán también algunos o muchos del Ejército, que son asimismo pueblo, nuestro pueblo, nuestros hermanos.
A la postre, con otras caras, serán aquellos mismos poderosos los que se ofrecerán para construir la paz, que después de tanto dolor y muerte todos desean. Después de la Revolución Francesa llega, nada menos, que un Emperador: Napoleón. Puso en paz a Francia e inventó nuevas guerrillas con millones de muertos.
Se hace violencia y se muere para acabar deseando con nueva clarividencia la paz..., porque lo que más se desea es existir, respirar, amar al que se ama, aunque sea sin tener casi nada, más que a la persona amada, que es la máxima riqueza.
Por el bien del pueblo al que amamos, de esta población que existe y que cada componente tiene nombre y sangre, hay que inventar, arbitrar, modos de lucha incruentos; que no tengan que morir para salvarse. Uno puede no temer morir por los amigos. Pero para que éstos no mueran. Nunca hay que querer que los amigos mueran para que el líder que queda vivo los salve de las injusticias presentes, cuando, muertos ya no pueden sentirlas. No se puede hacer morir a nadie por la causa –la que sea– aunque se les diga que ésa es también la suya. La suya es ante todo vivir y poder amar.