Hay rasgos de la identidad de las personas que son únicos y personales y otros que vienen relacionados a una colectividad o grupo al que, de una manera u otra, pertenecemos desde nuestra más tierna infancia o con el que nos identificamos más a partir de una cierta edad.
Mucha gente vive un conflicto a la hora de conjugar su identidad colectiva y personal. La cuestión que se plantea aquí es si en casos extemos es posible renunciar a mi identidad individual para integrarme en una colectividad determinada.
Los expertos difieren sobre el nivel de libertad del individuo a la hora de formarse la identidad personal y la colectiva. Pongamos que uno puede ser español, que sería una identidad colectiva, y ser homosexual, que, pudiendo identificarse con un colectivo, es una identidad arraigada en lo más íntimo y personal del individuo. Pero también puede ser que una persona cambie de religión, sea ya por razones personales o grupales. ¿Qué tiene más peso en los procesos identitarios, lo individual o lo colectivo?
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Las personas tienen una fuerte necesidad de sentir que pertenecen a un grupo. Nadie vive aislado y nuestros procesos de identificación suelen ser grupales. Pero también hay rasgos personales que no tienen por qué coincidir con los del grupo. El miedo a ser rechazado puede llevarnos a ocultarlos o reprimirlos.
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Identificar lo individual con lo grupal fomentará nuestro sentimiento de pertenencia a un grupo, pero una excesiva identificación de lo personal con lo grupal puede reprimir en exceso nuestra propia personalidad.
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Conviene reflexionar sobre las características individuales y grupales de nuestros sentimientos de pertenencia y cómo nos identificamos en cada ámbito de nuestras vidas para sopesar cuáles son más importantes y menos para nosotros.
3 opiniones argumentadas
- Leticia Soberón
- Psicóloga
- Jorge Ubeda
- Doctor en Filosofía
- Francesc Torralba
- Filósofo y Teólogo