
Cada ser humano es fruto de dos células que configuran su irrepetible código genético. El azar es culpable de que nuestros padres se conocieran y nos concibieran. Darse cuenta de ello supone aceptar nuestra frágil existencia.
El simple hecho de existir es de por sí, sea mejor o peor la trayectoria vital, una alegría para muchas personas. Ser conscientes de lo qué somos y de que podríamos no haber sido nos hace plantearnos si esto es motivo de regocijo.
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El creerse auto-suficiente, los sentimientos de superioridad y la ausencia de la humildad que reconoce que la existencia de uno no se debe a uno mismo son algunos frenos para la toma de esta decisión.
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Esta decisión tendrá consecuencias sobre la felicidad personal. La forma de mirar la existencia y el modo de concebir el sentido de la vida se verán influenciados por esta decisión.
2 opiniones argumentadas

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Jordi Cussó Porredón
- Director de la Universitas Albertiana

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Natàlia Plá
- Doctora en Filosofía