En relación a la decisión ¿Creer que hay vida más allá de la muerte? esta es una opinión de Rocio Solís Cobo
- Rocio Solís Cobo
- Master de Humanidades en la Universidad Francisco de Vitoria
Esta es mi opinión de experto
La muerte no se puede entender por sí misma. El carácter de destrucción que lleva aparejado es incompatible con el deseo de infinito que tiene el hombre.
El tiempo humano es una apertura al más allá. Nuestra esperanza en la otra vida se apoya en nuestro asombro ante ésta, que es su germen.
Sí, no porque haya evidencias científicas o empíricas, que efectivamente no las hay, si no, porque mirando esta vida parece razonable pensar que está apuntando a otra existencia. Todo lo que hacemos, lo que decimos, lo que pensamos tiene en sí mismo “el morir”, todo es finito. Y porque todo es finito, vivimos la vida como la vivimos, amamos como amamos, sufrimos como sufrimos. André Gide afirma “cada instante no cobraría su admirable esplendor si no fuera porque se destaca, por así decir, sobre el fondo oscuro de la muerte”. Porque todo tiene fecha de caducidad, nos parece urgente buscarle un sentido.
Evidentemente, en esta búsqueda podrá surgir la mentira, aquélla que se convierte en el “opio del pueblo” para poder resistir la vida. Pero, esta posibilidad no tiene porque ser el marco general de toda búsqueda, ni tiene porque ser el juicio aplastante que ilegitima toda intuición del ser humano. Y en esta búsqueda la ciencia no puede pronunciarse. No porque sea el ámbito de la creencia, sino, simplemente, porque no tiene autoridad para expresarse en un campo en el que no llega con sus herramientas. Tampoco se expresa en el amor que una madre siente por su hijo, y sin embargo, esta realidad sostiene el mundo. Es decir, que la falta de conclusiones de la ciencia en este aspecto no es porque sea un tema concluso, sino porque lo deja abierto sin capacidad de llegar a más (siempre que la ciencia sea ciencia, claro, y no juegue a hacer teologías y sacar conclusiones que no le pertenecen ni le son legítimas).
La muerte no se puede entender por sí misma. El carácter de destrucción que lleva aparejado es incompatible con el deseo de infinito que tiene el hombre. Y este deseo de infinito no es dogma religioso, sino experiencia con la que debe medirse cada ser humano. El que, de verdad, sabe algo de la muerte, se da cuenta de que para esclarecer su sentido más íntimo no puede acudir a la vida más inmediata, pero tampoco a la vida histórica. Debe levantar la mirada a otro lugar, con verdadera exigencia de razonabilidad, pero una razón abierta al misterio de la vida y de las cosas. Y con esta mirada, nos daremos cuenta de que toda la vida, toda nuestra vida, parece gritar otra, exigir otra existencia que venga a completar, a llenar y dar sentido a esta. EL TIEMPO HUMANO ES APERTURA A UN MÁS ALLÁ. Nuestra esperanza en la otra vida se apoya en nuestro asombro ante esta, que es su germen.
Y en este sentido, parece más dogmático, creer que no hay nada, que apostar por una búsqueda abierta a un ámbito, que a priori, nadie ha podido traspasar.