En relación a la decisión ¿Creer en los milagros? esta es una opinión de Rafael Serrano
- Rafael Serrano
- Profesor de Teología
Esta es la opinión del experto
Jesús anuncia el Reino de Dios y lo inaugura con su forma de actuar. Los milagros son signos de esperanza y el anticipo del Reino, sin embargo nosotros tenemos que continuar su acción para mitigar el dolor y el sufrimiento.
En los ambientes populares de Galilea, en donde Jesús desarrolla su actividad más o menos itinerante, los hechos prodigiosos son esperados y buscados por la gente como signos de benevolencia divina y de autentificación religiosa. En cambio los representantes autorizados del judaísmo tradicional se muestran recelosos y hostiles.
Pero la línea seguida por Jesús, en sintonía con su acción profética y religiosa es la proclamación del “Reino de Dios”, y esto se vislumbra en sus palabras y en sus tomas de posición, tanto frente a las exigencias populares como frente a las insinuaciones de los dirigentes judíos.
En las obras de Jesús en general, y en sus milagros en particular, podemos leer la convergencia de estos hilos de mesianismo: la presencia de Dios en la fuerza del Espíritu, la victoria contra el mal y la muerte, el cambio de situación de los pobres y desvalidos, el perdón de los pecados, la remodelación de las conciencias, en una palabra: la inauguración del Reino de Dios.
Sabemos que Jesús no cumplió todas las promesas mesiánicas: el Reino de Dios nos fue dado en germen y no en frutos plenamente realizados. Se propone, no se impone. Se inserta realmente en la historia, pero al paso de esta historia, para acompañarla y transformarla, no para suplantarla y absorberla.
Pero no estamos en una mera expectativa, Cristo ya nos hizo pregustar las delicias del Reino, liberando a los poseídos, sanando a los enfermos, resucitando a los muertos, reincorporando en la sociedad a los excluidos, perdonando a los pecadores.
Los milagros de Jesús no respondían a las expectativas judías que esperaban grandes signos apocalípticos, ni tampoco los realiza en beneficio de sí mismo ni para prestigiar su persona. Las narraciones de los milagros expresan que Jesús no sólo habla, sino que también actúa.
Jesús anuncia el Reino de Dios e inmediatamente inaugura la praxis mesiánica. En este contexto los milagros de Jesús se constituyen en la esperanza del mundo, en el “anticipo del Reino”.
Pero con sus acciones simbólicas Jesús no ha hecho desaparecer del mundo toda desgracia y todo mal. Sin embargo indicó claramente: la mitigación y superación de toda miseria humana, de la enfermedad, del hambre, de la ignorancia, de la inhumanidad de todo tipo.
Jesús vino a dar el impulso inicial. Lo que Él no hizo, lo tenemos que hacer nosotros. Nos corresponde llevar a cabo las promesas mesiánicas. Podemos interpretar la negativa de Jesús a asumir un rol político de envergadura como una transferencia de responsabilidades. Recalquemos que si Jesús hubiese establecido inmediatamente el Reino en la plenitud de sus efectos, no habría dejado lugar al actuar humano; la historia hubiera sido ya clausurada.
Sin embargo, el milagro como todo signo tiene un doble valor:
- Es una obra realizada por Cristo, con un resultado manifiesto, perceptible, la hemorroísa queda curado, el endemoniado liberado del mal…
- Lleva al hombre hasta otra realidad –u otra profundidad de la misma- trascendente, del Reino de Dios del cual los milagros son semilla.
Ambos aspectos, la densidad humana y la realidad trascendental de las obras de Cristo son inseparables.
Los milagros son semillas preñadas de gran potencialidad y de esperanza que ya ha comenzado a realizarse, pero cuya plenificación y frutos definitivos no disfrutaremos sino en la parusía. Son su anticipo.
Fuente: Serrano, Rafael. «Los milagros de Jesús: semillas o anticipo del Reino». Iter: Revista de Teología, 51(2010), p. 59-72.