
Para cambiar lo que no nos gusta de la sociedad, aquello que creemos injusto o de alguna forma atenta contra nuestros principios, es necesario tomar medidas y pasar a la acción. Pero esa acción puede adoptar muchas formas. ¿Hacia dónde y hacia quién debe ir dirigida esa protesta?
¿Qué medidas son más eficaces a la hora de conseguir unos fines? ¿Debe la acción ser violenta o siempre ha de primar la no violencia como principio?.
La ciudadana que reivindica más justicia social, sea para nosotros, los otros o todos, debe buscar la mejor fórmula para que sus protestas y propuestas lleguen a buen término. La lucha social ha cambiado a lo largo de la historia y está llena de victorias y de fracasos. Pero, ¿debe ser necesariamente violenta para que sea eficaz? ¿Puede lograrse un cambio estructural de manera pacífica?
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Cuando la presión ciudadana salta a la calle en forma de protesta o de manifestación es fácil que se enciendan los ánimos y algunos cometan actos de violencia. Por otro lado, las manifestaciones pacíficas son vistas muchas veces como ineficaces, al no verlas el poder como una amenaza.
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La práctica de la no-violencia eleva la talla ética de la protesta y de quienes protestan, al menos en apariencia. Si la lucha social para el cambio estructural cuenta con un gran apoyo de los ciudadanos, el poder queda fácilmente desarmado en sus argumentos contra el deseo popular.
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Para la práctica de la no-violencia y evitar el recurso a la fuerza en la lucha social es necesario fundamentar esa lucha, esa petición de cambo estructural, en hondos principios éticos que dejen fuera de toda duda el carácter solidario y pacífico de la protesta.
3 opiniones argumentadas

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Johan Galtung
- Investigador de la paz

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Martí Olivella
- Licenciado Ciencias Comunicación

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Fatuma Ahmed Ali
- Relaciones internacionales