
Tras una separación hay que reestructurar cuál va a ser nuestro domicilio. En ocasiones, se plantea la vuelta a casa de los padres, bien por necesidad -escasez de recursos económicos- o por buscar un apoyo emocional.
Recurrir a la familia puede servirnos de ayuda, sentimentalmente hablando, pero hay que contar con las repercusiones emocionales que la ruptura también supone para nuestros allegados. Implicar en exceso a nuestro entorno no siempre es beneficioso.
Los miembros de la pareja después de una separación o divorcio, pueden plantearse volver a instalarse en casa de los padres. Las razones pueden ser muchas y muy variadas. El caso más habitual será aquel miembro de la pareja que no tenga la custodia de los hijos, en el caso que los hubiera, y que haya de abandonar el domicilio familiar. A esta situación habrá que añadir la dificultad económica que pueda existir, ya que los ingresos le menguarán bastante, pues habrá de atender a la pensión alimenticia de los hijos y a la hipoteca de la vivienda familiar. En esta situación, la pregunta de si regresar a casa de los padres es obligada pues además del ahorro de gastos en el alquiler o compra de otra vivienda, está el apoyo que los padres pueden ofrecer. Por el contrario, también existen otros aspectos no tan favorables a la decisión, ya que no resulta sencillo adaptase a la convivencia familiar con los padres, después de una experiencia de vida de pareja, con una cierta edad y con unos hábitos y autonomía personal diversos a como cuando uno estaba soltero y vivía con sus padres.
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Existen dificultades para la integración en la convivencia de los padres después de la experiencia de pareja.
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El regreso a casa de los padres puede suponer diversos tipos de ayuda, en el ámbito económico y afectivo.
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Reflexionar, contemplar otras alternativas y dialogar con personas de confianza que nos ayuden a tomar la decisión.